Detrás de muchas de las fachadas de nuestras iglesias mudéjares, palacios barrocos, naves industriales decimonónicas, chalets burgueses de entreguerras y hasta barrios completos del desarrollismo o grandes pabellones de las exposiciones universales se ocultan auténticos solares, “campos de soledad y mustios collados”. Fiel a su estética barroca de purpurina -más que de pan de oro-, la ciudad de Sevilla esconde mucha miseria tras sus apariencias señoriales. A fin de cuentas ésta no es sino una pobre urbe del sur de Europa, la ciudad con los tres barrios más míseros de España y la capital de la segunda región más deprimida de la zona Euro.
Las fachadas de muchos grandes edificios sevillanos son meros cascarones hueros que apenas albergan vida. Algunos de estos edificios emblemáticos han sido reconvertidos en hoteles, tiendas, gastrobares u oficinas de la Junta, pero las ruinas siguen siendo inmensas aunque estén camufladas tras una manita de pintura. Porque si hay dinero es fácil rehabilitar un edificio, pero darle vida es algo más complicado.
La Escuela de Arquitectura ha realizado un inventario de estos contenedores vacíos, con resultados deprimentes. En realidad se trata de los trabajos de fin de carrera de una serie de alumnos, que han diseñado proyectos para su rehabilitación y reutilización. Estas propuestas se han agrupado en una exposición, que se puede visitar en la Alameda de Hércules durante este mes de octubre. Su muy intencionado título es “Lugares de oportunidad”, ya que estos paneles conforman el triste relato de otras tantas oportunidades perdidas.
El listado es de una envergadura abrumadora: la Real Fábrica de Artillería, la comisaría de la Gavidia, el mercado de la Puerta de la Carne, la fábrica de vidrio de la Trinidad, la huerta del Rey Moro, el solar de la Florida, las naves de Renfe de San Jerónimo, la manzana de pisos de Pinillos, la fábrica de sombreros Fernández y Roche, las manzanas de la calle Vacongadas, los solares de San Bernardo, los solares de San Luis, la fábrica de tabacos de Altadis, el solar de la Avenida Ramón Carande, las naves del Pasaje Mallol y el aparcamiento junto al puente de Los Remedios. Y aún faltan más ruinas: los dos hospitales militares, las naves Singer, la casa palacio del Pumarejo, la antigua iglesia de San Hermenegildo, el convento de Santa Clara, la antigua sede del CAT en San Luis, el palacio de Monsalves, la biblioteca de Alfonso XII y buena parte de los almacenes del puerto. Por no hablar de esos contenedores inaugurados no hace tanto y nunca utilizados, como el teatro de la SGAE en la Cartuja, la biblioteca sin libros del río y el centro de visitantes de Marqués de Contadero.
La Escuela de Arquitectura ha llegado hasta donde puede, planteando “el debate social para que los ciudadanos reconozcan sus problemas y se promuevan concursos públicos que garanticen su no privatización con un único fin comercial”. Pero el problema de fondo es más que arquitectónico, ya que tiene mucho que ver con la economía de esta ciudad pobre.
En primer lugar porque no hay presupuesto público que pueda abordar la rehabilitación de tantos cientos de miles de metros cuadrados de edificios históricos. En segundo lugar porque la sociedad sevillana no parece tener capital, voluntad, ideas ni iniciativas suficientes para darles un uso estable una vez acondicionados.
Y sobre todo porque la ideología barroca que sigue sustentando la mentalidad de la sevillanía no ve estas ruinas como ruinosas, mientras no las “publique el amarillo jaramago”.