Cuando se piensa en la imponente dureza de un deporte como el ciclismo resulta fácil evocar a las grandes leyendas de la bici subiendo (y padeciendo) los grandes e icónicos picos mundiales: el Mortirolo italiano, el Tourmalet francés o El Angliru español. Las mismas que a Diego Cordero, apasionado de las dos ruedas, le parecieron suaves colinas cuando le retaron a coronar el puerto más duro posible: la temible montaña del cáncer.
Nada más conocer el diagnóstico, hace cuatro años, este sevillano de adopción (nació en la localidad extremeña de Valencia de Alcántara) de 58 años de edad no tuvo duda: la bicicleta, antigua compañera de batallas, iba a convertirse en su mejor aliada contra la enfermedad. Nada de quedar postrado por los efectos del tratamiento de la quimioterapia. Su objetivo, desde el principio, fue también ser ejemplo para demostrar que el deporte puede ser muy útil en la lucha contra el cáncer. Vital.
Expertos oncólogos confirman que realizar ejercicio ayuda a tolerar mejor el tratamiento: la quimioterapia, la cirugía y la radioterapia afectan al conjunto de órganos esenciales para la movilidad: el corazón, los pulmones y los músculos, lo que puede provocar que síntomas como la fatiga y la debilidad muscular, lejos de desaparecer con el descanso, se perpetúen en el tiempo pudiendo persistir durante años. Por ello, para contrarrestar esto, el ejercicio físico es una opción realmente útil para los pacientes.
Que se lo cuenten a Diego, y al etapón que se ha marcado. Ni Miguel Induráin en sus grandes tardes francesas: acaba de hacer el Camino de Santiago en bicicleta, entre sesión y sesión de quimioterapia. Casi mil kilómetros, de Mairena al Obradoiro, en nueve días. Colosal.
Pero el pedaleo hasta aquí desde que en 2014 fue diagnosticado no ha sido fácil. Primer puerto de montaña serio: un primer cáncer de colon. Después, un repecho inesperado, una infección que complicó muchísimo todo. Por si fuera poco, luego le han seguido el riñón, la aorta y ahora el pulmón. Los médicos han puesto desde entonces todo de su parte y el tratamiento ha ido reduciendo y controlando las zonas afectadas.
Pese a una preparación a conciencia (entrenamientos de hasta 400 km semanales). Diego cuenta a Viva Sevilla que terminar el Camino ha sido bastante más duro de lo esperado. “Quizás por el hecho de que durante el entrenamiento no se carga el peso extra que supone el equipaje y que condiciona bastante”, justifica. Confiesa que, pese a lo que se pueda pensar, la etapa más dura fue la primera, de Sevilla a Monesterio (Badajoz). El motivo, que se trata del trayecto con un desnivel positivo (pendientes, subidas) mayor, ya que si bien el desnivel total lo ha habido mayor en otras etapas, en esos casos también había desnivel negativo, es decir bajadas, por lo que eran bastante más llevaderas. Y si encima la lluvia a la altura de Guillén hizo acto de presencia en forma de una tormenta tremenda… Pero, pese a estas y otras dificultades, las adversidades se superaron y finalmente cumplió el reto del Camino.
A Diego le cuesta hablar de su gesta, del esfuerzo que le ha costado, de las anécdotas, de las horas sobre su bici. Cree que así “se desvía la atención de lo realmente importante”. “El objetivo de la hazaña solo ha sido el captar la mayor atención mediática posible para poder usarlo como altavoz”, reflexiona.
“El deporte me está salvando la vida. Y que la gente tenga claro que, gracias a los avances, el cáncer puede remitir de por vida con medicación”, sigue, exhibiendo realmente un aspecto físico envidiable, incluido su pelo, que no ha perdido en absoluto. Cuesta creer, de hecho, que lleve 40 ciclos de quimioterapia, cuatro años de radioterapia.
“También hay muchas personas que se comen la cabeza y el simple nombre de la enfermedad les bloquea”. A esos compañeros de sesiones más desanimados de cuantos tiene en el hospital es a quienes dedica más ánimos y esperanza: “Soy un maremoto”, asegura. A los médicos del SAS, por cierto, los adora.
Los días que tiene quimio, Diego va desde su casa, en Mairena del Aljarafe, hasta el Virgen del Rocío, caminando. Diez kilómetros, más la paliza de la sesión. Cuando no tiene, se dedica a seguir escribiendo el libro que quiere publicar (para el que busca financiación). Dice que le encantaría ofrecer charlas para ayudar. Un mensajero de esperanza.